Este año “celebramos” el 40 aniversario de la implantación del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), tributo que actualmente es la base de la pirámide del sistema tributario español. Aparece por primera vez en los Pactos de la Moncloa de 1977 como herramienta contrarrestante de la difícil situación económica que trajo consigo la Transición.
impuesto sobre la renta

¿Qué era el Impuesto General sobre las Personas Físicas?

Antes de la aprobación del IRPF, ya había un impuesto que dibujaba el camino por donde se acabaría desarrollando el que conocemos en la actualidad. Su nombre oficial era Impuesto General sobre las Personas Físicas, sin embargo, era una herramienta recaudatoria más bien ineficaz al carecer de un concepto fiscal de renta. Además, no era un impuesto en sí, sino que era la unión de varios impuestos reales que gravaban un tipo de renta o producto en particular sin tener en cuenta la casuística del sujeto, y que, por tanto, no existía un impuesto sobre la renta personal de cada contribuyente, sino más bien el cómputo de varios.

A partir de aquí, se lanza el primer IRPF, con 28 tramos y tipos impositivos que iban del 15% al 65.5%, y que englobaba a todo aquel sujeto que obtuviera ingresos superiores a 300.000 pesetas (1803.04 euros) y aunque era un
impuesto sobre las personas físicas, en realidad gravaba a la unidad familiar en conjunto, lo que pocos años más tarde sería el motivo de su reforma.

Los contribuyentes se fueron acostumbrando poco a poco.

Sin embargo, pese a la evidente modernización fiscal, los contribuyentes eran aún algo esquivos y poco creyentes en un sistema de contribución conjunta. La modernización del sistema tributario español no conseguía hacer florecer una conciencia fiscal nacional; pero fue un primer paso. Eran tan altos los anhelos de transparencia que en un alarde más de locura que de honestidad, el Gobierno aprobó que las declaraciones fueran públicas y pese a ser útil contra el fraude fiscal, la presión pública y la racionalidad tributaria pudieron más que las iniciativas de transparencia y en 1981 se suprimió su publicación.

En 1991 llega la primera gran reforma del impuesto que hace que por fin hiciera honor a su nombre ya que
se suprime la obligación de declararlo de forma conjunta con el cónyuge y el resto de la unidad familiar, y pese a que se mantiene esa alternativa como algo opcional aún a día de hoy, se puso el foco en la persona física.

No obstante, donde se han producido los cambios más evidentes, es en la reducción del tipo de gravamen y de los tramos. En su creación, había 28 tramos de tributación, en 1991 había 17 y a partir de 2001 se implantan los cinco tramos que conocemos actualmente.

La estructura del IRPF es distinta en cada autonomía.

Año a año desde su creación, las comunidades autónomas han ido cogiendo terreno en cuanto a la recaudación de éste. Hoy en día, el 50% de la recaudación del IRPF va para las CCAA y éstas tienen competencia para modificar tramos y tarifas y por tanto, la estructura del tributo es distinta en cada autonomía, siendo las diferencias sustanciales entre éstas, como sucede con Cataluña y Madrid, cosa que por un lado resulta necesario puesto que las características económicas de las Comunidades son ampliamente diferenciadas, pero también generan ineficiencias en el momento en que el contribuyente hábil pueda esquivar una tributación alta.

La evolución de la declaración de la renta en estos 40 años ha tendido a simplificar el impuesto en sí. La reducción de tramos hace que su cálculo sea más simple y facilita por tanto los costes temporales; sin embargo, esto ha conllevado cierta injusticia tributaria intrínseca en el propio impuesto dado que cada vez se ajusta en menor medida a las características de cada sujeto. Por tanto, pese a existir una clara evolución en cuestiones burocráticas, dada en gran parte por el avance de la tecnología, la evolución del impuesto no ha sido del todo buena en cuanto a justicia fiscal se refiere.

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